Las situaciones traumáticas que se producen en esta etapa, dejan profundas huellas en el cerebro afectando a su neurodesarrollo y su influencia se proyectará a lo largo de toda la vida del individuo. Ellos no disponen de las mismas herramientas que los adultos para gestionar los sucesos dolorosos o angustiosos, por lo que éstos provocan heridas emocionales, mentales y físicas profundas.
La detección e intervención terapéutica sobre los traumas infanto-juvenil es imprescindibles para un correcto desarrollo del individuo tanto a nivel neurológico, como físico, emocional y social.
La terapia con niños y adolescentes requiere implementar técnicas basadas en el juego que permitan conectar e identificar sus emociones para poner palabras a lo que siente. Se requiere, además, un trabajo sobre las dinámicas intrafamiliares y la psicoeducación de los progenitores. Asimismo, el desarrollo de un vínculo terapéutico seguro y principalmente que permita una compensación constante que promueva la reparación de los recuerdos traumáticos de forma segura.